Teletrabajo: qué lleva a los nómadas digitales a abandonar las grandes ciudades y cómo puede afectar a legiones de trabajadores remotos
Rachael A. Woldoff y Robert Litchfield
Si algo está claro sobre el trabajo remoto es que mucha gente lo prefiere y no quiere que sus jefes se lo quiten.
Cuando la pandemia obligó a los empleados a quedarse en sus casas y les impidió pasar tiempo de manera presencial con sus colegas, casi de inmediato muchos se dieron cuenta de que preferían el teletrabajo en vez de las rutinas y costumbres de la oficina.
Mientras algunas empresas y escuelas comienzan a reabrir sus puertas, trabajadores remotos de todas las edades analizan su futuro, se preguntan si realmente desean volver a sus vidas anteriores y qué están dispuestos a sacrificar o soportar en los próximos años.
Incluso antes de la pandemia, había personas que se preguntaban si la vida en la oficina coincidía con sus aspiraciones.
Pasamos años estudiando a los “nómadas digitales”: trabajadores que dejaron sus hogares, ciudades y la mayoría de sus posesiones para embarcarse en lo que ellos llaman vidas de “ubicación independiente”.
Con nuestra investigación aprendimos varias lecciones importantes sobre cuáles son las condiciones que alejan a los trabajadores de las oficinas y de las principales ciudades, llevándolos hacia nuevos estilos de vida.
Legiones de personas ahora tienen la oportunidad de reinventar su relación con su lugar trabajo de la misma manera.
El señuelo del cambio y la gran ciudad
La mayoría de los nómadas digitales iniciaron sus carreras laborales entusiasmados por trabajar para empleadores prestigiosos.
Al mudarse a ciudades como Nueva York o Londres, querían pasar su tiempo libre conociendo gente nueva, yendo a museos y probando nuevos restaurantes.
Pero luego llegó el burnout, ese agotamiento que experimentan muchos ante la sobrecarga de trabajo.
Aunque estas ciudades albergan instituciones y espacios que pueden inspirar la creatividad y cultivar nuevas relaciones, los nómadas digitales rara vez tuvieron tiempo de aprovecharlas.
En cambio, el alto costo de vida, las limitaciones de tiempo y las demandas laborales contribuyeron a una cultura opresiva de materialismo y adicción al trabajo.
Pauline**, de 28 años, que trabajaba en el ámbito de la publicidad ayudando a grandes clientes corporativos a desarrollar identidades de marca a través de la música, comparó la vida de la ciudad para los profesionales de su área con una “rueda de hámster”.
“Lo que pasa en Nueva York es como una batalla de los más ocupados”, dijo. “Es como, ‘Oh, estás tan ocupado… No, yo estoy muy ocupada'”.
La mayoría de los nómadas digitales que estudiamos fueron atraídos a lo que el urbanista estadounidense Richard Florida denominó como trabajos de “clase creativa”.
Estos son puestos en diseño, tecnología, marketing y entretenimiento que quienes los toman asumen que resultará lo suficientemente satisfactorio como para compensar lo que sacrifican en términos de tiempo dedicado a actividades sociales y creativas.
Sin embargo, estos nómadas digitales nos dijeron que sus trabajos fueron mucho menos interesantes y creativos de lo que se les había hecho creer.
Peor aún, sus empleadores continuaron exigiendo que estuvieran “dispuestos a trabajar” y que aceptaran los aspectos dominantes de la vida en la oficina sin brindarles el desarrollo, la tutoría o el trabajo significativo que sentían que se les había prometido.
Mientras analizaban el futuro, solo veían más de lo mismo.
Para Ellie, de 33 años, que trabajaba como periodista de negocios y ahora escritora freelance y emprendedora, “mucha gente no tiene modelos positivos a seguir en el trabajo”.
“Entonces es como preguntarte: ‘¿Por qué estoy subiendo esta escalera para tratar de conseguir este trabajo? Esta no parece una buena forma de pasar los próximos veinte años”, afirmó.
Los nómadas digitales de entre 20 y 30 años consultados estaban buscando activamente formas de dejar sus trabajos profesionales en ciudades globales de primer nivel.
Buscando un nuevo comienzo
Aunque abandonaron algunas de las ciudades más glamorosas del mundo, los nómadas digitales que estudiamos no eran personas solitarias que trabajaban en la naturaleza.
Ellos necesitaban acceso a las comodidades de la vida contemporánea para ser productivos.
Al observar el mundo, se enteraron de que lugares como Bali en Indonesia y Chiang Mai en Tailandia tenían la infraestructura necesaria para ellos a un costo mucho menor de sus vidas anteriores.
Dado que cada vez más empresas ofrecen a los empleados la opción de trabajar de forma remota, no hay razón para pensar que los nómadas digitales deban viajar al sudeste asiático o incluso salir de Estados Unidos, para transformar su vida laboral.
Durante la pandemia, algunas personas ya emigraron de los mercados inmobiliarios más caros del país a ciudades y pueblos más pequeños para estar más cerca de la naturaleza o la familia.
Muchos de estos lugares poseen vibrantes culturas locales.
A medida que los desplazamientos al trabajo desaparezcan de la vida cotidiana, estos cambios podrían dejar a los trabajadores remotos con más ingresos disponibles y más tiempo libre.
Los nómadas digitales que estudiamos pudieron ahorrar dinero y disponer de tiempo para probar cosas nuevas, como explorar actividades secundarias.
Un estudio reciente incluso encontró, algo paradójico, que la sensación de empoderamiento que proviene de embarcarse en una actividad secundaria mejoró el desempeño en los trabajos principales de los empleados.
El futuro del trabajo, aunque no del todo remoto, sin duda ofrecerá más opciones a muchos más.
Aunque algunos líderes empresariales todavía se muestran reacios a aceptar el deseo de muchos de sus empleados de abandonar las tareas en la oficina, los gobiernos locales están adoptando la tendencia, con varias ciudades y estados de EE.UU., junto con países de todo el mundo, desarrollando planes para atraer trabajadores remotos.
Esta migración, ya sea nacional o internacional, tiene el potencial de enriquecer a las comunidades y cultivar vidas laborales más satisfactorias.
*Rachael A. Woldoff es profesora de Sociología de la universidad de West Virginia y Robert Litchfield es profesor asociado de Negocios en Washington & Jefferson College.
**Los nombres que aparecen en este artículo son seudónimos, según lo requiere el protocolo de investigación.