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El Vaticano y China se preparan para renovar un acuerdo histórico

El Vaticano y China se preparan para renovar un acuerdo histórico
Catedral de San Miguel, iglesia católica construida por misioneros alemanes en Qingdao, provincia de Shandong, China. Shutterstock / Mirko Kuzmanovic

Ignacio Ramos Riera, Universidad Pontificia Comillas

En las últimas semanas altos representantes del Gobierno de la República Popular de China y del Vaticano se han pronunciado favorablemente en relación con la renovación del histórico acuerdo de 22 de septiembre de 2018.

Este pacto fue el primer consenso formal logrado casi 70 años después de la ruptura de relaciones en 1951. Se firmó en Beijing, era provisional y el texto no ha sido hecho público. Entró en vigor el 22 de octubre y habría de durar dos años, que se cumplen pronto.

En concreto, ha venido arbitrando un mecanismo para el nombramiento de obispos católicos en China según el cual tanto el Papa Francisco como los delegados designados por el Gobierno chino influyen en la elección de los candidatos.

La parte china se precave así de que ningún “obispo díscolo” asume poder dentro de su territorio, a la vez que avanza en la implementación de la libertad religiosa consignada en su Carta Magna al ofrecer al Papa potestad para nombrar obispos en China sin ver en esto una merma de su soberanía.

La contraparte vaticana, por su lado, logra ser reconocida como autoridad religiosa dentro de China de forma oficial, e impulsa su interés en que la vida de los católicos chinos y sus comunidades pueda estar cada vez más normalizada en la sociedad china.

Iglesia del Salvador, iglesia católica situada en el distrito de Xicheng, Pekín, China. Wikimedia Commons / ZhengZhou, CC BY-SA

Una religión minoritaria en China

El catolicismo es una religión relativamente minoritaria en China, pues no llega al 1% de la población. Las estimaciones del China Zentrum hablan de unos 10 millones de católicos y de más de 40 millones de protestantes.

La celebración de la fe se permite a ambas confesiones en lugares de culto aprobados por el Estado, pero muchos frecuentan iglesias no registradas bajo la autoridad de obispos o pastores que no están reconocidos por las autoridades chinas. El acuerdo supone un paso en la dirección de hacer la clandestinidad católica innecesaria.

Sin desvelar aún todas sus intenciones, el 10 de septiembre pasado uno de los portavoces del Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno chino, Zhao Lijian, afirmó ante la pregunta de un reportero de Phoenix que “ambas partes continuarán manteniendo una comunicación cercana, y continuarán consultando y mejorando las relaciones bilaterales”.

El 22 de septiembre, otro portavoz de Exteriores, Wang Wenbin, respondió a la pregunta de la agencia Kyodo aseverando que el vigente acuerdo se había implementado de forma positiva e incidiendo en que “la causa católica se desarrolla saludablemente en China”.

Acercarse al gigante asiático

Por su parte, el Papa Francisco está convencido de que Occidente (en general), y los que dirigen el destino global de la Iglesia católica (en particular), tienen que hacer todo lo posible por acercarse bien a China. Esta convicción explica la circunspecta proactividad del Secretario de Estado vaticano, el Cardenal Pietro Parolin, que el 14 de septiembre se pronunciaba a favor de la prolongación del acuerdo, aclarando que se renovará de nuevo ad experimentum, “para verificar su utilidad para la iglesia en China”.

Dicha utilidad está en entredicho. Para Roma pesa favorablemente el que, en estos dos años, cinco sacerdotes chinos han sido ordenados obispos con el visto bueno del gobierno de Xi Jinping. Además, tres obispos clandestinos han sido reconocidos oficialmente por las autoridades chinas.

En 2020 ha habido una serie de intercambios muy significativos de materiales sanitarios en ambas direcciones a raíz de la COVID-19 y quiere aprovecharse esta tendencia positiva para hacer crecer a la iglesia china en autonomía y legitimidad dentro del gigante asiático.

Por el contrario, para los que reivindican diferentes niveles de soberanía en Taiwán y Hong Kong al margen del gobierno central de China, el acuerdo es un craso error y hasta una traición.

El papel de Estados Unidos

El Secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, publicó un artículo el pasado 18 de septiembre en la revista estadounidense sobre religión y vida pública First Things. Afirmaba que “como parte del acuerdo de 2018, el Vaticano ha legitimado sacerdotes y obispos chinos cuyas lealtades son aún inciertas, confundiendo a católicos chinos que siempre habían confiado en la Iglesia”.

Se refería básicamente al acto de readmisión a la comunión eclesial plena de siete obispos chinos que habían sido ordenados antes de 2018 sin mandato papal, pero con la aprobación del gobierno chino; actualmente, todos los obispos chinos están en comunión con el Papa de Roma.

En un gesto que fue percibido en la Santa Sede como un “aviso mafioso”, Pompeo esgrimió, además, en su cuenta de Twitter al día siguiente que “el Vaticano pone en peligro su autoridad moral si renueva el acuerdo”. Por su parte, el Cardenal emérito de Hongkong, Chen Rijun (más conocido como Cardenal Zen), veterano opositor al Partido comunista de China, voló hasta Roma a final de septiembre; el objetivo era entregar una carta a Francisco demandando que el nuevo obispo que ha de ser elegido en Hongkong no tenga un perfil político. Zen parece temer que el nuevo prelado de la isla sea favorable al acuerdo y al entendimiento con Pekín.

El propio Pompeo ha volado también a Roma y ha tenido una entrevista con Parolín el día 1 de octubre, pero ni él ni Zen han logrado reunirse cara a cara con Francisco, como era su deseo.

El cardenal Zen en la plaza de San Pedro durante la visita en la que no logró ser recibido por el Papa Francisco. Facebook

El Papa prefiere mantener un perfil bajo

Ambos, por razones diversas mas coadyuvantes, mantienen una visión antagonista y cerrada a cualquier diálogo constructivo con el gobierno chino. El Papa prefiere mantener un perfil bajo y no dejar que diferentes campañas electorales incidan en las conversaciones.

Hay mucha gente en Occidente que no entiende el interés de la Santa Sede por entenderse con el gobierno chino. Perciben esa voluntad de diálogo como movimiento legitimador del Partido Comunista Chino (PCC). Sin embargo, más allá del análisis geopolítico que pueda hacerse de estas relaciones diplomáticas positivas donde las aguas del Tíber y del río Amarillo van dando cauce a tímidos consensos, lo cierto es que hay problemas concretos que unos y otros quieren resolver.

En China, según las cuentas del Vaticano, existen 146 diócesis (o, más exactamente, 115 diócesis y 31 regiones administrativas), pero hay apenas 100 obispos. Entre ellos hay numerosos octo- y nonagenarios. Solo 78 están en activo. Necesita, pues, urgentemente líderes locales que puedan ir cubriendo esas sedes vacantes.

El gobierno chino, por su parte, solo reconoce 98 diócesis y 69 obispos (de los cuales están en activo 62); esto quiere decir que, de los 100 obispos reconocidos por Roma, 31 son aún obispos clandestinos a los ojos de Pekín. Habitualmente tolerados por las autoridades, no pueden, sin embargo, desarrollar funciones públicas con normalidad, ni sumarse a un órgano oficial que mereciese el nombre de Conferencia Episcopal china.

Solo 16 de esa treintena de obispos clandestinos están en activo. Su situación es canónicamente lícita para el Vaticano, pero legalmente irregular para China. Esto es una amenaza para el tipo de armonía social que busca el PCC. Si cuando hay que nombrar un obispo existe un consenso acerca del candidato, se evita la clandestinidad, la disensión política asociada a la resistencia religiosa y el riesgo de cisma intracatólico. Todos ganan algo.

Reestablecer las relaciones diplomáticas

El acuerdo no cubre el asunto del restablecimiento pleno de relaciones diplomáticas directas entre China y el Vaticano (porque este tendría, entonces, que dejar de reconocer a Taiwán como República de China), ni se ocupa de revisar a fondo el estatus jurídico de la Iglesia Católica en China (porque tendría que vérselas con la cuestión de la existencia de la Asociación Patriótica). Tampoco trata sobre el tema del encaje del clero en la vida pública, porque tendría que entrar en la espinosa cuestión de la identidad clandestina de aquellos sacerdotes chinos que se niegan a registrase ante el gobierno, así como en la restricción que afecta a los sacerdotes no chinos que viven en China constreñidos a un ministerio exclusivo para extranjeros.

La resolución de estos temas requiere aún un largo recorrido. El tiempo dirá si en el nuevo orden global emergente este acuerdo está llamado a jugar un papel significativo y transformador.

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