Política

El chantaje nuclear de Vladimir Putin

El chantaje nuclear de Vladimir Putin
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Andreï Kozovoï, Université de Lille

La brutal noticia vio la luz el domingo 27 de febrero a media tarde, durante el cuarto día de la “operación militar especial” del Kremlin en Ucrania. Ante las cámaras de televisión, Vladimir Putin, con su habitual voz fría y sus rasgos claramente dibujados, ordenó a su ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y a su jefe de Estado Mayor, Valeri Guerassimov, que pusieran en alerta a las fuerzas disuasorias rusas. Fuerzas de disuasión que, como sabemos, incluyen un componente nuclear.

En muchos países esta información provocó una ola de pánico entre los periodistas que comentaban la noticia. Evidentemente, se había cruzado un umbral y se invocaron numerosos precedentes que se habían producido durante las horas más oscuras de la Guerra Fría.

Intentemos tener una imagen más clara con, una vez más, un viaje a través de la historia –antigua y reciente– para averiguar si realmente debemos tener miedo de Putin o si debemos ver en este chantaje nuclear del presidente ruso lo que el primer ministro británico Boris Johnson describió como “una maniobra de distracción”, una operación destinada a camuflar lo que ya podría parecer un estancamiento militar ruso en Ucrania.

La Tercera Guerra Mundial, un temor recurrente de la Guerra Fría

El paralelismo con la Guerra Fría es natural. Este conflicto, que a menudo se ha presentado como principalmente psicológico e ideológico, fue un enfrentamiento entre dos modelos, el estadounidense y el soviético, que también tuvo una importante dimensión militar. Esta se basaba en una carrera armamentística, que el mundo descubrió con el ensayo de la primera bomba atómica soviética el 29 de agosto de 1949, que puso fin al monopolio atómico estadounidense.

La carrera armamentística fue el origen de la famosa teoría del equilibrio del terror, la versión francesa de la doctrina MAD (mutual assured destruction, destrucción mutua asegurada), popularizada a principios de los años 60 tras la crisis de los misiles de Cuba.

Esta crisis no fue la primera que mantuvo al mundo en vilo y sumió a Occidente en el miedo a la guerra nuclear. De hecho, hay que recordar la escalada de la guerra de Corea en abril de 1951. Entonces, el general MacArthur, comandante de las fuerzas de la ONU, fue relevado de sus funciones por el presidente Truman por mostrar independencia y exigir el uso de armas nucleares (algo de lo que siempre se ha defendido después).

Las fuerzas nucleares (estadounidenses) también se pusieron en alerta durante la crisis del avión espía U2 derribado por la URSS en mayo de 1960 mientras volaba sobre territorio soviético.

Pero fue la crisis de los misiles cubanos de 1962 la que provocó el miedo a la guerra más conocido de la época y ejerció una fascinación duradera en el imaginario colectivo. Su historia es bien conocida: Nikita Kruschev había lanzado una operación –la Operación Anadyr– para instalar misiles nucleares en la isla de Cuba, aliada de la URSS desde 1960, pero el presidente estadounidense Kennedy lo impidió ordenando el bloqueo de la isla.

El suspense duró trece días, del 16 al 28 de octubre, y culminó con el “sábado negro” del 27 de octubre, cuando el piloto estadounidense de un avión espía U2, Rudolf Anderson, fue derribado sobre Cuba. En ese momento, el nivel de alerta nuclear de Estados Unidos, DEFCON, había alcanzado el nivel 2, que nunca se superó a partir de entonces.

La crisis de los misiles de Cuba había hecho que los líderes de las dos superpotencias fueran conscientes del riesgo, por mínimo que fuera, de una tercera guerra mundial. Ya en 1963 se tomaron medidas para intentar frenar el mecanismo infernal, sobre todo con la creación de un teléfono rojo entre Moscú y Washington (en realidad un télex), y luego con la firma de tratados de desarme (sobre todo SALT I en 1972, SALT II en 1979).

Estas operaciones, destinadas principalmente a tranquilizar a la población (o, en el lado soviético, con fines propagandísticos), no detuvieron realmente la carrera armamentística. Esta dio lugar a varias alertas nucleares adicionales en el lado estadounidense y soviético, en particular el 24 de octubre de 1973, durante la guerra de Yom Kippur y el 26 de septiembre de 1983, durante la Crisis de los Euromisiles.

La última vez que el Kremlin puso sus fuerzas nucleares en alerta fue el 25 de enero de 1995, cuatro años después de la desaparición de la URSS, cuando un misil desarrollado por científicos estadounidenses y noruegos para estudiar las auroras polares provocó sudores fríos al presidente Boris Yeltsin, cuyo maletín nuclear fue activado. Afortunadamente, cambió de opinión al darse cuenta de su error.

La sombra del Doctor Strangelove

El 4 de julio de 2015, con motivo del Día de la Independencia de Estados Unidos, el célebre director Oliver Stone se reunió con Vladimir Putin para el rodaje de un documental que se emitiría dos años después bajo el título The Putin interviews.

Putin recibió a Stone en una residencia a treinta kilómetros de la capital. Fue en este entorno más bien informal donde los dos hombres discutieron durante varias horas la posibilidad de una guerra entre Rusia y Estados Unidos.

El intento de acercar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia bajo las presidencias de Obama y Medvédev, lanzado en 2009 bajo el nombre de “política de reajuste”, terminó en fracaso en 2012 con la votación por parte del Congreso estadounidense de la Ley Magnitsky. La norma estaba destinada a castigar a quienes habían sido considerados responsables de la muerte en prisión de este abogado que se había convertido en un símbolo de la lucha anticorrupción en Rusia. La anexión de Crimea en 2014 había agravado considerablemente el estado de tensión entre ambos países, y la secretaria de Estado Hillary Clinton llegó a comparar a Putin con Hitler.

La asimilación de Vladmir Putin a Adolf Hitler es habitual en las manifestaciones posteriores a la anexión de Crimea. Aquí, en Mariupol, sur de Ucrania, el 28 de agosto de 2014. La inscripción dice: ‘¡Putin, fuera!’. Alexander Khudoteply / AFP

El documental de Stone ofrece a Putin la oportunidad de pulir su imagen en Occidente, de mostrarse como un líder moderado, racional y accesible: “No creo que nadie sobreviva”, responde a la pregunta de Stone sobre si, en caso de guerra, Estados Unidos tendría la ventaja. El director recuerda entonces la Crisis de los Misiles de Cuba, lo que da a Putin la oportunidad de lanzarse a su habitual lección de historia:

“No soy admirador de Khrushchev, pero el despliegue de misiles soviéticos fue provocado por el despliegue de misiles estadounidenses en Turquía”.

Putin se refiere al despliegue en 1961 de quince misiles Júpiter estadounidenses en Turquía, a unos 2 000 kilómetros de Moscú. El presidente ruso pasa convenientemente por alto el hecho de que la Operación Anadyr debía llevarse a cabo en el mayor de los secretos (a diferencia del despliegue de los misiles Júpiter) y que varias personas cercanas a Khrushchev tuvieron una reacción muy negativa ante el proyecto. Khrushchev se sintió incluso obligado a tranquilizar a su ministro de Asuntos Exteriores más circunspecto, Andrei Gromyko: “No necesitamos una guerra nuclear, no iremos a la guerra”. Y Putin, ignorando años de investigación sobre la historia de la crisis, concluyó: “Khrushchev no fue la causa de la crisis cubana”.

En un intento de aligerar el ambiente ante un Putin claramente tenso, Oliver Stone pregunta entonces a su interlocutor si ha visto la película Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú?, una famosa comedia negra de Stanley Kubrick. Estrenado en enero de 1964, el largometraje está directamente influido por la crisis de los misiles de Cuba, pero denuncia el complejo militar-industrial estadounidense y no a los soviéticos.

En la película, es un general desquiciado de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos quien ordena un ataque nuclear contra la URSS. Mientras tanto, el presidente estadounidense, rodeado de un grupo de expertos, entre los que se encuentra un antiguo nazi en silla de ruedas, el Dr. Strangelove, interpretado por el brillante Peter Sellers, intenta impedir que el B-52 bombardee Moscú. Oliver Stone propone a Putin que vean la película juntos, y el presidente ruso acepta de buen grado.

“A pesar de la naturaleza fantástica de lo que vemos en la pantalla, hay motivos muy serios en esta película, un mensaje real”, comentó Putin tras la proyección. Y concluyó con pesimismo: “Las cosas no han cambiado desde entonces, la situación solo se ha vuelto más peligrosa con el desarrollo de las armas.”

¿Una posibilidad o una estrategia?

¿Se acordó Vladimir Putin de este episodio de hace casi siete años cuando tomó la decisión de poner en alerta a las fuerzas disuasorias de Rusia? ¿Quería atrapar a Occidente en su propio juego jugando con el viejo miedo a la guerra nuclear que ha tenido una considerable influencia en el cine –la película de Kubrick fue solo un ejemplo de las producciones de “advertencia” de Hollywood centradas en el riesgo o las consecuencias del conflicto nuclear–?

En otras palabras, ¿debemos considerar a Putin un maestro de la guerra psicológica, un hombre que consideró que plantear la idea de una guerra nuclear empujaría a los ucranianos, y a sus aliados occidentales, a aceptar el principio de las negociaciones y, por tanto, las posibles concesiones?

¿O hay que tomarse en serio su amenaza, incluyendo la guerra nuclear, aunque sea limitada, entre sus posibilidades –como un tal Yuri Andropov, director del KGB y entonces líder de la URSS, que, convencido de la inevitabilidad de un ataque nuclear estadounidense, lanzó la Operación RIAN, cuyo objetivo era reunir el mayor número posible de pistas para prepararse para ello–?

Ante un hombre del que se dice que está cada vez más aislado del mundo, la soledad del poder unida al miedo a la infección por covid, no se puede excluir esta posibilidad.

Andreï Kozovoï, Maître de conférences HDR, Université de Lille