Sociedad

Por qué soñamos con irnos a vivir al campo: la tradición bucólica y la COVID-19

Coquelicots (Claude Monet, 1873). Wikimedia Commons / Musée d’Orsay

Gabriel Laguna Mariscal, Universidad de Córdoba

La añoranza por la vida en el campo viene de antiguo. Ptolomeo II Filadelfo era el poderoso rey de Alejandría en la primera mitad del siglo III a. C. Se lamentó de que no podía disfrutar de los placeres sencillos de sus súbditos, a los que veía recostados despreocupadamente en la ribera del Nilo. Había nacido el sentimiento bucólico.

Por la misma época y en el mismo entorno surgió el género de la poesía bucólica. Un poeta griego oriundo de la isla de Sicilia, llamado Teócrito, compuso un puñado de poemas titulados Idilios. Viviendo en la superpoblada polis de Alejandría, añoraba e idealizaba la vida sencilla de los pastores en el campo. Dos siglos después, Virgilio, el poeta cimero de la literatura latina, escribió diez poesías bucólicas: las Églogas. Estos poemitas habrían de convertirse en modelo de bucolismo para la cultura occidental.

El beatus ille como ideal de vida

El bucolismo, que surgió como género literario, ha acabado por conformar una actitud vital. La “búsqueda de campo” y el “hastío de ciudad” son tendencias naturales del hombre. Pero se manifiestan especialmente en épocas de carestía económica, desarrollismo urbano y epidemias.

Un tópico literario, denominado beatus ille, confiere ropaje artístico a este impulso: fue cultivado en las letras latinas por Horacio, Virgilio y Séneca; y en la poesía moderna por Garcilaso de la Vega y Fray Luis de León. ¿Quién no recuerda los versos aprendidos en la escuela?

¡Qué descansada vida

la del que huye el mundanal ruido

y sigue la escondida

senda, por donde han ido

los pocos sabios que en el mundo han sido!

(Fray Luis de León, Oda “Vida retirada”)

La vida sencilla y la naturaleza

En el siglo XIX el filósofo americano H. D. Thoreau se retiró a vivir dos años a una cabaña del bosque. Relató su experiencia en el libro Walden or Life in the Wood (publicado en 1854). Está en el origen del movimiento Simple Living. Postulaba que las necesidades básicas del hombre son fáciles de satisfacer, al igual que los epicúreos romanos sostenían que era posible vivere parvo, “vivir con poco”. Para Thoreau, la naturaleza ofrece un medio idóneo para alcanzar la felicidad, lejos de los inconvenientes materiales y morales de la ciudad.

Otras corrientes y escuelas de pensamiento han desarrollado posturas afines al bucolismo: el Krausismo, con su panteísmo naturalista; la Institución Libre de Enseñanza, que promovía las excursiones al campo como metodología docente; los movimientos Beat y Hippy; el ecologismo y su implementación política (los partidos “verdes”). También encontramos una actitud bucólica en los deportes practicados en la naturaleza (como el senderismo), el turismo rural, la existencia autoconsciente o Mindfulness, el gusto por una vida lenta y sencilla (Slow living y Downshifting), el éxito de los huertos escolares y urbanos, y, en definitiva, en la añoranza generalizada por la vida en el campo.

Cuando menos es más

Desde los años 90 del pasado siglo algunos se han rebelado contra el excesivo progreso, propugnando el Downshifting (literalmente “cambio hacia abajo”). El Downshifting implica disminuir las horas de trabajo, aun a costa de reducir los ingresos en la misma proporción. Supone también consumir menos y dedicar más tiempo al ocio y al disfrute de los placeres sencillos de la vida, especialmente en contacto con la naturaleza.

Manuel Vicent publicó en 1993 un hermoso artículo titulado “Universo”, en el que ponía en conexión este ideal con el bucolismo de Virgilio:

Si de todo el Universo uno desecha lo que no necesita, al final solo queda una ensalada, algunos versos de Virgilio, una persiana verde, alguna ropa de algodón, una pared de cal y una tarde muy larga para departir con un amigo.

Ha constituido un éxito de crítica y de público, así como un notable fenómeno social, la novela Los asquerosos, de Santiago Lorenzo (2018). Narra el retiro, huyendo de la justicia, del protagonista a una aldea abandonada de la España desierta. En su vida retirada, que emula la experiencia de Thoreau, aprende a vivir felizmente, limitando sus necesidades. La novela constituye la plasmación narrativa del tópico literario del beatus ille y del ideal del Downshifting.

Bucolismo en la televisión

Numerosos programas de televisión, pertenecientes a tres géneros distintos (documental, ficción y “telerrealidad”), versan sobre la vida rural. Pretenden ensalzar las actividades agropecuarias y persuadir a la gente de que regrese al campo.

En Canal Sur se emite Los repobladores. Según la cadena, es un “Programa que trata de reflejar la experiencia de personas que, tras vivir en la ciudad, deciden comenzar una nueva vida en pequeños municipios andaluces”.

Una serie de ficción, emitida por la popular cadena Telecinco, es El pueblo: cuenta las aventuras de un conjunto de urbanitas que, con diferentes razones e intenciones, se van a vivir a un pueblo semiabandonado; implementan así el tópico literario del beatus ille.

Hacia un nuevo bucolismo

Con el advenimiento de la pandemia de COVID-19, la imposición de confinamientos nos recuerda que todavía hay clases. Obviamente, no han sobrellevado el confinamiento con la misma resignación quienes habitan una casa de campo y quienes se han visto recluidos durante dos meses en un apartamento urbano, sin un triste balcón con macetas. Julio Iglesias ha declarado que se sentía un privilegiado por poder pasar el confinamiento en su villa de la República Dominicana.

En el período “posconfinamiento” se constata un cambio de tendencia en el mercado inmobiliario: mientras los pisos urbanos se deprecian, los compradores demandan casas unifamiliares en las afueras de las ciudades, que con su jardincito o parcela les proporcionen la ilusión de vivir en el campo. Con la COVID-19 el tópico bucólico del beatus ille ha cobrado una sorprendente actualidad.

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